Tomado de El Huffington Post:
"Dimitir no es un nombre ruso". La frase, que se repite en pancartas, redes sociales y hasta en pintadas en las paredes, resume una realidad: en España hay cerca de 350 políticos imputados, según datos recopilados por Europa Press, pero el número de dimisiones es infinitamente menor.
Esto contrasta con lo que sucede en otros países. En Alemania, por ejemplo, la ministra de Educación dimitió en febrero por el presunto plagio de su tesis doctoral hace 33 años; en el Reino Unido un destacado diputado dimitió por mentir sobre una multa de tráfico; en Francia, dimitió el secretario de Estado de Presupuestos francés por no declarar una cuenta en Suiza; y en Bulgaria el primer ministro dimitió con su Gobierno en bloque por protestas ciudadanas. Unas protestas que, de momento, en España no han dado los mismos frutos.
En España, en cambio, los partidos políticos despachan los casos de corrupción con la dimisión de pequeños cargos para proteger a los dirigentes, que a menudo se blindan en sus escaños alegando presunción de inocencia y aplazando la decisión a fases más avanzadas de la acción judicial.
Prueba de ello es que durante los tres primeros meses de 2013 dimitieron más de una docena de militantes de bajo rango de todos los partidos políticos imputados en asuntos relacionados con la corrupción. Pero ningún dirigente destacado.
"TENEMOS UNA DEMOCRACIA DE BAJA CALIDAD"
Juan Carlos Cuevas, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense, confirma que en España existe un "aferramiento al cargo" que va desde "el presidente del Gobierno al presidente del Tribunal Constitucional".
"Están tan aferrados al poder que se olvidan de su deber de asumir responsabilidades políticas. Aquí no se dimite jamás y es es el signo más evidente de que tenemos una democracia de baja calidad, devaluada", asegura Cuevas.
Jaume López, doctor en Ciencias Políticas de la Universidad Pompeu Fabra, va un poco más allá: "En el ámbito judicial, quien tiene que demostrar algo es el que acusa, pero en política es al revés: es el político el que debe demostrar que las acusaciones no son reales para conservar la confianza de la ciudadanía".
López indica que esta lógica está desarrollada en otros países y que por eso allí sí se ven dimisiones con frecuencia, pero subraya que en España aún no se tiene esa "experiencia democrática".
Muestra de ello, indica, es que Rajoy no explicara de forma inmediata sus SMS con Bárcenas. "El político debe mantener viva la llama de la confianza, si no el sistema no funciona", destaca.
PEQUEÑAS CORRUPCIONES, MAYOR TOLERANCIA
El doctor de la Pompeu Fabra admite que la ciudadanía española podría ser más tolerante con los casos de corrupción que la de otros países, lo que ayuda a que los políticos no sientan la necesidad de dimitir. "La existencia de pequeñas corrupciones en el día a día, como no pagar el IVA del dentista o similares, dificulta la percepción de lo que es corrupción y lo que no", señala.
Asegura, en cualquier caso, que un factor más importante en este aspecto es que en España no existe una "sociedad civil fuerte". "No hay, como en otros países, organizaciones políticas más allá de los partidos y los sindicatos. Una muestra de su importancia es la PAH, que está consiguiendo canalizar las protestas más allá de los testimonios", indica.
Tampoco existen, dice López, mecanismos para medir la confianza de los ciudadanos más allá de las elecciones. Pone de ejemplo los llamados 'representative recall' de Estados Unidos o Canadá, un mecanismo con el que los electores puede apartar de su cargo a un representante si consideran que no se comporta de forma honesta.
"HACEMOS LA VISTA GORDA"
Al margen de los cambios que se podrían hacer al sistema, Cueva, de la Complutense, reconoce que los ciudadanos "tendemos a hacer la vista gorda" con casos de corrupción y añade que la prueba es que muchos de esos casos no se han penalizado electoralmente.
Francisco Roldán, presidente de la Asociación Española de Consultores Políticos, también admite que los españoles somos "indolentes" en ocasiones y deberíamos "exigir responsabilidad a los políticos", pero cree que el desánimo ha vencido a algunos ciudadanos.
Con todo, subraya que la dificultad de que un dirigente dimita se debe a la propia naturaleza del dirigente. "Una vez que están arriba ya no los descabalga ni dios. Cuando llegan, creen que han sido tocados por una varita mágica y no escuchan", lamenta.
Asegura, además, que muchos de los políticos carecen de una formación sólida y saben que si dejan la política no van a tener a dónde ir. "En los partidos, el que se queda es el que no se dedica a otra cosa, el que no vale para la vida en la calle", afirma.
Subraya que los políticos han tomado como costumbre "echar la culpa al otro" para que "nadie tenga la culpa de nada". "No hay cultura real de lo que es servicio público. Ellos creen que son personas diferentes y a los ciudadanos nos toman por gilipollas", concluye.
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