Tengo que reconocer que la historia que más adelante aparece (tomada de Expansión) me ha pasado en mis propias carnes, y en mi casa. Hoy día, la educación y el respeto a tus amigos y conocidos parece que no está de moda. Pero...no importa. Si no espontáneamente, haré que en mi casa se respeten unas normas mínimas de "saber estar". Me resulta inapropiado que me pidan acceso a mi WiFi para en vez de pasar una velada con grata conversación y comida o cena incluida, mis invitados o contertulios se dediquen a mandar mensajes en what's up o chatear con i-messages desde su terminal móvil o iphone. Sólo pido un poco de reflexión a todos. Y sin más demora, aquí está la historia, firmada por Pascual Drake, periodista:
.../...
Voy a hablar del WiFi. Pues qué petardo, pensarás. Sí, puede ser. Pero no del WiFi como mecanismo de conexión o ente abstracto que todo lo une. Más bien lo contrario: del WiFi como elemento disociativo en las cenas entre amigos, o no tan amigos, en casa. Me pasó el fin de semana pasado. Cena en mi casa, seis invitados, ocho con nosotros. Cuatro hombres, cuatro mujeres, ¡viva la paridad!
Suena el timbre cuando ya estamos seis. “Hola, hola, qué tal, perdón por el retraso, el tráfico, bla bla bla…” Y aquí viene el tema. Dirigiéndose a mí: “¿Te importa que te pida una cosa?” Cuando yo ya estaba a punto de señalar el baño dando por hecho que la petición era de ese tipo sí o sí, escucho:
“¿Me das la clave del WiFi?". Sí, la clave del WiFi, han leído bien. Pues sí, claro, qué voy a decir. Como en todas las casas la clave del WiFi está en una mugrienta pegatina debajo del router, el cual a saber dónde está porque, digan lo que digan, las casas no están ni física ni moralmente preparadas para albergar una cosa como el maldito router que cada uno pone donde buenamente puede. Router encontrado, le dicto amablemente los cuatrocientos dígitos de la maldita clave hasta que al tercer intento consigue conectarse desde su recién estrenado iPhone 5 (evidentemente una persona que te hace esa pregunta no viene con un One Touch Easy). He dicho que la cena era para ocho, ¿verdad? Bueno, pues estuvimos siete. Sí, efectivamente quien no estuvo fue el portador del cotizado teléfono. Dedito para arriba, dedito para abajo no quitó la vista de dicho terminal en las tres horas y pico que duró el acto. Que no digo yo que lo que viera en él no fuera mucho más interesante que lo que acontecía dentro de la casa, pero… Un mínimo de educación por favor. Un límite. ¿Cuál es el límite? No lo hay… Yo no sé si se ha creado ya una guía de la educación en la era de la conexión móvil, pero si no es así estamos tardando en crearla. Esto es una enfermedad a la que todos estamos abocados. ¿Debería ponerse una cesta en la entrada de casas, restaurantes, bares, etcétera, para que la gente deposite sus móviles y los recoja a la salida? Incluso con carga de electricidad gratuita para que hasta parezca un servicio… Igual es la solución. A cañonazos, pero la solución. Evidentemente, al próximo que me pida la clave del WiFi al entrar en casa le pediré amablemente que abandone la dependencia. Y, si alguien se lo hace al entrar en la suya,ya sabe a qué atenerse.
Fin. Javier
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