En el Hospital hay momentos tensos pero inolvidables. Cualquier operación a corazón abierto te llena de satisfacción si el objetivo se cumple, si el tratamiento previsto se hace como se planeó. En estas operaciones se corre siempre un riesgo que tratamos de minimizar, aunque a veces la fatalidad hace resurgir la tragedia… Afortunadamente la mayoría de los pacientes salen victoriosos de una lucha sin cuartel frente a la adversidad, a su enfermedad.
El 2010 terminó en mi caso (una de mis últimas guardias) con un trasplante de pulmón bilateral, una operación de más de 10 horas. Se trataba de una mujer de mediana edad que se ahogaba porque sus pulmones no podían cumplir su función: proveer de oxígeno y devolver al aire el CO2 del organismo. Aunque probamos no usar bomba extracorpórea, las condiciones de la paciente eran insuficientes y fue conectada a la “bomba” que perfundía y oxigenaba su sangre para mantenerla con vida.
El manejo perioperatorio para el anestesista es arduo y complejo, pues usamos tubos de doble luz en la intubación para separar más adelante la ventilación de los pulmones mientras se operan. La paciente recibe siempre accesos venosos muy grandes, periféricos y por la vena yugular, además de una línea arterial. Dominando la técnica, lo más difícil es mantener el “tipo” tantas horas y, según mi visión, corregir la coagulopatía generada por el bypass cardiopulmonar cuando se ha realizado el trasplante. El sangrado no te lo quita nadie y siempre transfundimos gran cantidad de productos sanguíneos. Siempre rezo para que el cirujano haga su trabajo lo mejor que pueda y una buena hemostasia de puntos sangrantes.
Este es el momento cuando llegan al quirófano los nuevos pulmones. La intervención requiere una coordinación perfecta fuera y dentro del quirófano. El trabajo entre cirujanos, anestesista y su ayudante, perfusionistas, enfermeras y asistentes, debe “rodar muy fino”. Cuando por fin conectamos el ventilador a los nuevos pulmones y vemos como vuelve a penetrar vida por ese cuerpo…suspiras y te dices para dentro: estoy reventado pero ha valido la pena.
El 2011 también entró con fuerza en el Hospital y me tocó (una de mis primeras guardias) el primer transplante de corazón del nuevo año. Los de corazón los llevo mejor, pues duran bastante menos y no te dejan tan exhausto. Si todo va bien, en 6 horas tiene el paciente su nuevo corazón latiendo en su pecho.
En estas instantáneas vemos el corazón enfermo, grande y de poca vitalidad de nuestro paciente varón de 55 años. Mientras dos cirujanos forman el equipo in situ, otro equipo quirúrgico se traslada al hospital donde recogerán el corazón del donante. Hay un límite de horas para volver al hospital receptor y trasplantar el órgano. La meteorología y muchos otros factores pueden afectar el resultado final.
Lo que veis en estas fotos está bajo control del anestesista: la monitorización invasiva, el monitor BIS, el eco transesofágico, las bombas de perfusión de diferentes drogas, el ventilador con óxido nítrico y todos los accesos venosos y arterial.
Los cirujanos trabajan a través de una incisión por el esternón (esternotomía). El corazón “nuevo” ya llegó y se encuentra preparado para alojarse en el tórax.
Esta vez comenzamos a las 2 de la tarde y finalizamos sobre las 8 de la noche. Cuando termino de dejar a los pacientes en los cuidados intensivos me invade una “rara” sensación entre cansancio, alegría, orgullo y duda sobre las próximas horas. Pero entonces paso el testigo a otros profesionales, que se encargarán de que el esfuerzo colectivo sea todo un éxito. Otra vida recuperada. Un sueño convertido en realidad para una familia. Ahora toca descansar. Javier
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