Llevo varios días leyendo una sección de El País titulada "(Pre)Parados" y que relata la situación de frustración y desesperanza de much@s jóvenes español@s que, a pesar de su esfuerzo y preparación, se dan de bruces en el mercado laboral, deben permanecer bajo la tutela económica de sus padres y no consiguen independizarse hasta bien entrada la treintena (los que más suerte tienen) y en condiciones de gran inestabilidad y penosidad en todos los sentidos, económica, emocional, laboral y social. Estos no son la generación "ni-ni", es decir que ni estudia ni trabaja. Estos son el reflejo de lo que fuí yo mismo en los años noventa, un estudiante de Medicina, que forzándose al máximo para no perder las becas del Estado, trataba de formarse lo mejor que podía, para cuando llegase el momento encontrar un puesto laboral que lo hiciese libre e independiente, permitiera casarse, formar un hogar y vivir modestamente. Por suerte los planes se cumplieron en mi caso (aunque más tarde tuviera también que expatriarme), cosa muy distinta de lo que les ocurre a la mayoría de jóvenes español@s en la actualidad.
Una nueva generación de emigrantes forzados se está preparando para dejar tierras hispanas y rehacer sus vidas en otros países, fundamentalmente europeos. Porque éstos sí saben idiomas y están suficientemente preparados. Se instalarán donde les valoren y les paguen, donde les reconozcan sus méritos, donde puedan crear una familia y tengan un futuro para sus hijos. España es hoy por hoy todo lo contrario para la juventud. Te condena al ostracismo. Te desprecia y se olvida de tí, sin importar el color del que gobierna las tribus ibéricas. Qué pena!.
Algo no funciona aquí. La crisis económica afecta con más intensidad a países con una sociedad polarizada, acostumbrada al caciquismo y al amiguismo, al "pelotazo", al desgobierno, a la arbitrariedad del poder judicial y al "vuelva Vd. mañana". La consigna más utilizada en estos tiempos es "maricón el último" con perdón de l@s homosexuales, que nos indica la única dirección para salvarnos de este desconcierto general, y que no es otra que solventarte tú mismo los problemas, por medios no necesariamente lícitos, que aseguren tu supervivencia y la de los tuyos. Los poderes del Estado quedan por tanto en un segundo término.
¿Tiene que ser esto así?. ¿Qué clase de políticos tenemos?. ¿Quién nos representa en las instituciones, llenándose sus propios bolsillos del dinero ajeno?. ¿Qué valor tiene pues, la Democracia, la Monarquía, las Leyes, la Constitución?. A pesar de todas estas mis dudas, tengo que responder que esto no es así. Necesitamos tomar la dirección correcta, navegar por los mares en el barco que nos ha tocado, pero de forma organizada, al unísono, colaborando unos con otros...y el que no esté a gusto, que salte del barco.
Nuestro país debe de una vez por todas, civilizarse en todos los sentidos. La política española todavía está basada en el tribalismo heredero de la época de los íberos, convirtiéndose en un típico fenómeno de gregarismo que nos impide avanzar de forma coherente y moderna en estos tiempos. En un país crónicamente ignorante y envidioso, la falta de educación, en el más vasto y genérico sentido de la palabra, crea la sumisión del pueblo a los gobernantes, dependemos enteramente del buen o mal (en los últimos tiempos, pésimo) hacer de los políticos. Es por eso de la despreocupación con carácter general de los temas educativos. La escritora Monika Zgustova dice con mucha elocuencia: "Pensar ha sido siempre poner en cuestión el orden del mundo. Y el mundo lo ordena el poder. Quien piensa cuestiona pues, el poder. De ahí que pensar sea una actividad peligrosa". Empecemos a pensar, no tengamos miedo. Alcemos nuestras voces. La razón que impregna una educación humanista, cohesionadora de todas nuestras diferencias, respetuosa con las culturas diferentes que pueblan el Estado pero que enfatiza el bien común, debe alcanzar a todos por igual. Esta será la llave que abrirá las puertas a las nuevas generaciones, de aquellos que deban y puedan dirigir a sus conciudadanos, en un clima de libertad, igualdad, legalidad, responsabilidad y legitimidad. No perpetuemos el ejemplo tan patético que vemos diariamente en los medios de comunicación: clientelismo, corrupción, fraude, evasión de impuestos y capitales, economía negra y sumergida, etc.. Esto llevará años, varias generaciones, pero hay que empezar ya y no demorar más el verdadero cambio.
La cultura y las costumbres evolucionan con las sociedades. Por ejemplo, siento tremenda vergüenza cuando tengo que tratar de explicar en este país amante de los animales lo que en España llaman "tradiciones": la Fiesta Nacional, habría que calificarla de sangrienta y salvaje, las corridas de toros. Cómo en las fiestas populares de tantos pueblos y ciudades españolas se martiriza al toro o la vaquilla de turno. Como en Sacedón (Guadalajara) un toro de un encierro es lapidado por los participantes, el Toro de La Vega, alanceado como si viviésemos en la Edad Media, las vaquillas de Algemesí mueren a manos del público. Pero no nos quedamos cortos...las becerradas masacradas de El Escorial, los novillos arrojados al mar, o los toros "embolaos" con fuego sobre su cabeza o los "enmaromaos" que son arrastrados por las calles. Todo esto se le hace creer al pueblo que es "cultura". Y hasta reciben subvenciones. Esto sólo pasa en sociedades sin cultura, sin la más mínima educación, ética y moral.
La calidad del nivel de vida ejerce un efecto directo sobre el nivel de calidad de la democracia, entendida como régimen garante de los derechos universales. De ahí la importancia del Estado de bienestar, encargado de proteger los derechos sociales de los ciudadanos. Si bien es cierto que hemos avanzado mucho en los últimos 20 años todavía estamos a la cola de las naciones europeas más desarrolladas y con mayor calidad del nivel de vida. Son en general sociedades con menos "ricos" y más clase media. Hay una conciencia social más repartida entre todos, no tantas diferencias de clase y más responsabilidad política. Debemos luchar por conseguir que las políticas se dirigan a la consecución de este Estado de bienestar, limando todas las diferencias de castas y limitando los enriquecimientos sin escrúpulo y desorbitados de las grandes fortunas, ya sean empresas, bancos o particulares. Aquí indudablemente estaría incluida la clase política.
Pero sin querer tirar piedras fuera, debo decir que la culpa de nuestro desasosiego la tenemos nosotros mismos. La sociedad española ha perdido el sentido crítico frente a sus gobernantes. He leído con gran interés los postulados del reciente fallecido historiador británico Tony Judt y estoy convencido de que por ahí hay que buscar la solución. Dice Judt que "necesitamos personas que hagan una virtud de oponerse a la opinión mayoritaria" pues "una democracia de consenso permanente no será una democracia durante mucho tiempo". Es más fácil vivir "emborregado". Una primera acción sería concebir otro sistema de representación política, más abierto, sin "barones". Esto alterará el funcionamiento interno de partidos políticos y los convertiría en elementos más democráticos y accesibles, no las "vacas sagradas e intocables" que conducen "rebaños". Necesitamos leyes nuevas, sistemas electorales distintos, restricciones a grupos de presión y a la financiación de los partidos políticos. "La disconformidad y la disidencia son sobre todo obra de los jóvenes", es por eso que a pesar del panorama actual confío en que ellos puedan liderar el cambio lo antes posible, si no estamos destinados al fracaso más contundente. Dice Judt que "si los ciudadanos activos o preocupados renuncian a la política, están abandonando su sociedad a sus funcionarios más mediocres y venales".
Quizás me he pasado hoy con mis pensamientos. Cuando uno ve las cosas desde fuera, desde lejos, desde latitudes más frías y "calculadoras", parece que ve con más claridad. Veo más claro el panorama tan negativo de mi gente. Pero también veo más claro cómo se debe reaccionar. No me atan compromisos vitales u otros lazos que pudieran difuminar mis sentidos y mi racionalidad. Por eso hablo y escribo con libertad y de corazón, sin maldad. Espero lo mejor para esos jóvenes. Cuanto antes comprendan la necesidad del cambio antes se pondrán en marcha. Espero contribuir humildemente con mis pensamientos a la creación de una nueva sociedad, más justa e igualitaria. Javier
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